miércoles, 15 de mayo de 2019

FICHERO VIII. Retablo Mayor de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor.

Retablo Mayor de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor.

Retablo de la Transfiguración en el Monte Tabor. Sacra Capilla del Salvador. Úbeda (Archivo fotográfico de Juan Ángel López).


Por Alonso de Berruguete. Siglo XVI. Reconstruido entre 1958 -1965.por Juan Luis Vassallo. Retablo Mayor de la Sacra Capilla Funeraria del Salvador. Úbeda (Jaén).

En el monte Tabor se puso de manifiesto, por medio de la transfiguración (Mateo XVII, 1 a 13), que Jesús poseía una identidad divina. Durante unos momentos fue Dios, por eso vinieron a hablar con el dos de los grandes patriarcas de Israel. La mejor manera de que los tres discípulos predilectos adquiriesen la seguridad de que estaban siguiendo al portador de la Verdad.

La Transfiguración es un importante hecho de la vida de Jesús, en el que anticipa la gloria de su resurrección.

La Sacra Capilla de El Salvador de El Salvador, obra capital del Renacimiento Español, es fundado como panteón familiar por Francisco de los Cobos, secretario de Carlos I de España, en un momento determinado de la década de 1530.

Es proyectada por Siloé y ejecutada por Vandelvira. La construcción concluyó en 1559, muerto ya el fundador.

El altar mayor, panteón familiar o rotonda funeraria, es sin duda uno de los más espectaculares de la ciudad y más bonitos de la cristiandad. En el podemos admirar en su retablo el grupo escultórico de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor.

El autor de la Historia de Úbeda, Miguel Ruiz Prieto, dice hablando de la Sacra Capilla de El Salvador, fundada por el Comendador Mayor de León, D. Francisco de los Cobos(32):
“…El retablo del altar mayor es suntuoso y de un mérito incomparable, obra según tradición, de Alonso de Berruguete, amigo de Pedro de Vandelvira…

…En el centro, se destaca la sublime imagen del Salvador, transfigurado en el Tabor; tiene a su lado a los profetas Elías y Moisés y recostadas a sus pies, las enérgicas figuras de los Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, poseídos de asombro. Parece que vibran en el espacio las señaladas palabras del primero: ¡Señor, hagamos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías! A los lados del depósito del Sacramento hay cuatro hornacinas, ocupadas por pequeñas imágenes de Adán y Eva, San Sebastián y san Roque. A los lados del retablo, se abren cuatro nichos que ocupan los evangelistas, que fueron tallados en piedra por Pedro Evieta en 1631, por cuyo trabajo recibió cien ducados…”

Tiene este altar la indulgencia de sacar un ánima del Purgatorio, en cada misa que se celebre; concesión debida al Papa Paulo III y que concedió por su breve fechado a 2 de Mayo del 1537.

Saqueado el templo por incontrolados e incultos, la imagen del Señor del grupo escultórico del Tabor, se salvó sorprendentemente del expolio, llevada a Barcelona para ser vendida, fue recuperada por Coca Weglinson y el 28 de Marzo de 1941, la imagen fue devuelta al templo el 28 de marzo de 1941.(33) Las demás imágenes del grupo escultórico fueron reconstruidas por Juan Luis Vassallo entre 1958 -1965.

La categoría de Juan Luis Vassallo como escultor y su prestigio como imaginero le permitieron la realización de encargos tan importantes y de tan gran responsabilidad como las restauraciones el San Cristóbal o la Inmaculada de Montañés conocida popularmente como "la cieguecita" así como el Jesús del Silencio de Pedro Roldán.

.Pero por encima de todas destaca la restauración que hizo para la Sacra Capilla de El Salvador de Úbeda, en la que trabajó durante varios años, sacrificando de buen grado mucho tiempo y algunos encargos. En el marco de un completo arreglo del templo, se le encargó la reconstrucción de las figuras de Moisés, Elías y los tres apóstoles destruidas totalmente y la restauración de la del Salvador, todas del grupo de la Transfiguración en el Monte Tabor, obra de Alonso Berruguete en el altar mayor de dicha iglesia, realizada por el artista renacentista hacia 1559. Como tantas otras obras de arte, resultó prácticamente destruida durante la Guerra Civil, de tal modo que la restauración ofrecía serias dificultades y no menos riesgos.


Sin embargo, Vassallo puso de sí todo su afición y conocimiento durante mucho tiempo de tal modo que al final el acierto remataría su trabajo. En cuanto a la figura del Salvador, retuvo las mutilaciones sufridas y las partes dañadas con gran sensibilidad y atención. Por su parte, para la realización de las cinco figuras destrozadas que se disponían a los pies del Salvador, estudió detenidamente la información gráfica que existía. Tras ello, se planteó la ejecución de un grupo que, sin ser una copia exacta del original, lo recordara por la disposición de las figuras y por el violento movimiento de las mismas, logrando un trabajo que rememorara el espíritu de Berruguete, lo que, sin duda, tuvo que costarle un gran atrevimiento a Vassallo, cuya producción religiosa se caracteriza por la serenidad y el equilibrio.

El resultado fue la circunstancias que hoy podemos observar, en la que el gaditano nos dejó una obra que concuerda perfectamente con la imagen del Salvador que había cincelado Berruguete. Esto no lo habría podido crear un simple copista ni un imitador, sino un escultor con indiscutible capacidad, minuciosa observación e impecable técnica. En definitiva, Vassallo volvió a lograr, con humildad y sencillez, una perfecta conjunción de lo nuevo con lo antiguo.


(32) Don Lope de Sosa. Febrero 1928, núm. 182.
(33) Pedro Mariano Herrador Marín. <Nuestras Cofradías en el Siglo XX. 1939-1960>, pág. 27.

FICHERO VII. Virgen de la Amargura

Virgen de la Amargura (31).

Virgen de la Amargura de Juan Luis Vasallo. Úbeda (Archivo fotográfico de Diego Godoy).

Por Juan Luis Vassallo Parodi, (1953). Real Convento de Santa Clara. Úbeda. (Jaén).
La Virgen de la Amargura, de la Cofradía de Jesús de la Caída. Encaminado el escultor por una preocupación técnica y por la plasmación de las notas emotivas, se deleita en un semblante transido por la pena con los recursos y tópicos habituales de las lágrimas en las mejillas, pero su mérito es la contención emotiva, sin estridencias, con la que distinguió el rostro de esta Virgen reflexiva más allá del dolor y de la pena. Rostro de suave y correcto modelado mejoran la nota elegante, serena y clásica que distingue a esta escultura. Una espada atravesada en su corazón aclara su iconografía: -la Amargura-.


(31) Pasquau Guerrero, afirmaba con rotundidad, que esta Virgen: “Es una de la más bellas de la imaginería ubetense actual.”

FICHERO VI. Santo Entierro de Cristo.

Santo Entierro de Cristo.

Santo Entierro de Cristo obra de Paco Palma. Úbeda (Archivo fotográfico de Diego Godoy).

Por Francisco Palma Burgos, (1947). Iglesia de San Pablo. Úbeda (Jaén).

El grupo escultórico del Santo Entierro está compuesto por seis imágenes: el Señor sostenido sobre el sudario por San Juan y la Magdalena, que forman un solo cuerpo, y la de la Virgen y los Santos Varones, que son independientes. Tienen un tamaño mayor del natural, para que vistas desde el suelo sobre la altura del trono, se reduzcan sus dimensiones a las normales de una persona.

El conjunto realizado en 1947, por la gubia de Francisco Palma Burgos, por el cuál obtuvo el prestigioso premio Nacional de Escultura. Destaca el Cristo muerto sostenido por los brazos de San Juan, mientras María Magdalena le enjuga los pies con su cabello. A su lado, los Santos Varones: Nicodemo y José de Arimatea (30) y la Virgen, bajo la advocación de Nazaret, mira a su hijo con gran dolor. Exento de todo espectacular dramatismo, impresiona profundamente por la trágica calma que es su tónica, engendrada por la fuerte conmoción espiritual sufrida por sus personajes con las atroces escenas presenciadas en el Calvario, que los ha dejado anonadados, y el dolor en vez de estremecer sus figuras, las paraliza, porque pesa sobre ellas como un bloque de granito.


(30) En 1990, las imágenes de los Santos Varones, tras la inauguración del Museo de Semana Santa, son depositados en el mismo. De 1997- 1998 el grupo escultórico excepto los Santos Varones, fue restaurado por Foronda Lozano y Francisco Pérez Vargas. Posteriormente, los mismos autores restauraron los Santos Varones, procesionando de nuevo en la Semana Santa de 2002.

FICHERO V. Cristo de la Noche Oscura.

Cristo de la Noche Oscura.

Santísimo Cristo de la Noche Oscura. (Foto de Juan Ángel López).


Por Francisco Palma Burgos, (1966). Iglesia de María Auxiliadora. (P. P. Salesianos). Úbeda. (Jaén)
En 1966, Francisco Palma Burgos realizaría la original y bellísima talla del Cristo de la Noche Oscura, perteneciente a la cofradía del mismo nombre.

Nuevamente nos encontramos con un crucificado de tres clavos, de dinámico perfil, demostrativo de la relajación del cuerpo tras la muerte y de abandono, cabeza caída sobre el pecho y brazos muy tensos colgados del travesaño. Al interés por la rotundidad volumétrica de la figura y por el desnudo habría que unir en este caso una intención por acentuar heridas, remarca los mechones del cabello o se complace en describir, con menudos pliegues y arrugas, un perizoma que permanece como testigo de los dolores de Cristo.

FICHERO IV. Cristo de los Cuatro Clavos.

Cristo de los Cuatro Clavos.


Imagen del Cristo de los Cuatro Clavos (Foto de Juan Ángel López).

Talla anónima posiblemente de los siglos XIV o XV. Iglesia de San Pedro. Úbeda. (Jaén).

El crucificado más antiguo que conservamos es la talla gótica del Cristo de los Cuatro Clavos. Se trata de una curiosa representación del Crucificado con Cuatro Clavos y muerto. Pensamos que pueda tratarse de una obra del siglo XV de carácter popular. A Cristo se le representa en una inverosímil contorsión de dolor que hace, que cuerpo, brazos y piernas se arquee de forma tan pronunciada que deja ver todo el madero.

FICHERO III. Cristo de la Caída.

Cristo de la Caída.

Antigua imagen del Cristo Caído Úbeda. (Archivo fotográfico de Diego Godoy).
Destruida en la iglesia de San Miguel de Úbeda en 1936. Posiblemente era de la escuela granadina (José de Mora o Risueño)(29).

Era una escultura de talla completa finamente policromada ajustada al momento pasional que representaba, como se apreciaba en el hematoma del pómulo izquierdo, las heridas de sangre ocasionadas por la corona de espinas, los hilos sanguinolentos que parten de las fosas nasales y de las comisuras de los labios, tal vez producidos por los golpes que Cristo recibió en el Pretorio. En su anatomía hallábamos otros signos de martirio: los parpados irritados y la huella marcada en el hombro derecho. Asimismo había que hacer hincapié en la concepción original del sudario. Su rostro era de expresión espiritual contenida, pero realista, íntima y mirada perdida, en la que no faltaban, sin embargo, todos los recursos y artificios de la escuela granadina.

El resultado es una imagen que mueve a la piedad y al rezo. Nada extraño, pues, que la misma fuese el objeto devocional de tantos ubetenses.

Desde tiempo inmemorial se le venía a tribuyendo a Martínez Montañés, aunque hoy en día se cree que pertenece a la escuela granadina. Esta talla, tenía un gran parecido con la imagen de Jesús Caído que se venera en el convento de la Magdalena de Baeza, obra de Risueño.


(29) Rafael Merelo Guervós. Revista Carmelo. Abril 2004. Págs. 49 -53. “EL ANTIGUO CRISTO DE LA CAÍDA NO ERA DE MARTÍNEZ MONTAÑÉS.”

FICHERO II.

Cristo de la Humildad.

Santísimo Cristo de la Humildad. Úbeda (Archivo fotográfico de Diego Godoy).

Por Amadeo Ruiz Olmos. Córdoba (1954). Iglesia de San Pablo. Úbeda (Jaén).

La imagen realizada por Ruiz Olmos en madera de ciprés y a tamaño natural, representa a Cristo en el Pretorio, en el momento en que Pilatos lo muestra al pueblo coronado de espinas, atado y portando el cetro. El artista valenciano concentra la fuerza de la efigie principalmente en su cabeza, en la que se rinde un gran homenaje al pasado más clásico en lo que imaginería se refiere. Con una cabellera repartida en madeja que caen sobre los hombros en gruesas greñas de manera barroca, dejando entrever las orejas, con una señalada barba terminada en punta partida como es tradicional en nuestra escuela andaluza, que resalta el mentón, alargando con ésta el óvalo de la cara. En su rostro hay un cierto ensimismamiento que habla de un incipiente alejamiento del personaje, expresando en la mirada baja, perdida, en la que nos descubre un cierto aire reflexivo en el que Cristo se sumerge por los tormentos recibidos. De facciones correctas con un cierto aire idealizado, pues el tormento en su rostro se muestra no con un dolor exagerado, sino contenido y sereno, deducido más bien a partir de los regueros de sangre, pues este se desprende de una gran serenidad que apenas deja entrever el dolor del sufrimiento, y sí una gran resignación y un marcado aire sosegado, cándido, aludiendo al pasaje evangélico de los Salmos: “como un cordero llevado al matadero, no abrió la boca”. Con una cierta blancura a la hora de acometer la anatomía en la que se suaviza considerablemente las formas. Y con una escueta precisión a la hora de disponer el paño de pureza que cubre su cintura, alejándose de formas disimuladas y recargadas. Destacar además el trabajo de las manos, revelándolas portentosas, reflejándonos el dolor de los momentos vividos por la Flagelación y el Escarnio, con una cierta tensión reflejada en la hinchazón de las venas y tendones. Lo mismo se puede decir de los pies. Garboso y con un cierto aire mayestático, aunque en postura de reposo, desequilibrada la cadera para apoyar el peso del cuerpo en la pierna derecha, dejando la izquierda relajada, algo que nos viene de la más vieja tradición clásica y que resuelve de esta manera, con un cierto aire de movimiento, en esta postura de marcada quietud y que de no ser así, produciría por tanto una exagerada rigidez. La imagen se completa con la clámide púrpura de tela natural, corona de espinas y cetro de caña desigual textura, algo que, perviviendo de tradición barroca, nos introduce en el gusto por los postizos y alimentos naturales, con los que se consigue dar así más realismo a las esculturas. Como compendio sintético de esta imagen podemos resumirlo en Ecce Homo, he aquí al hombre maniatado y encarnecido.(28).

(28) AA. VV. (1992). Pág. 266.