miércoles, 15 de mayo de 2019

TEMA DE LOS PASOS VIII. Crucifixión de Cristo.

Crucifixión de Cristo.

Cristo de la Expiración. Úbeda. (Foto de Diego Godoy Cejudo)


La Crucifixión es el hecho de su vida mejor conocido. Sus fuentes de inspiración se encuentran en los Salmos 22 y 69. En el primero se anuncia claramente la sujeción de sus manos y pies, y el reparto de sus vestiduras:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Una banda de malhechores me acomete.
Sujetan mis manos y mis pies.
Se reparten entre sí mis vestiduras y
Se sortean mi túnica.

En cuanto al vinagre que le administran para que calme su sed se encuentra asimismo preconizada en el Salmo 69. “Mi sed me han abrevado con vinagre”.

Las Escrituras tenían que cumplirse. De lo contrario lo normal es que Cristo hubiese sido sometido a la “lapidación”, que fue el suplicio específicamente judío, o a la “decapitación” que era el empleado por los romanos. Sólo los desertores, bandoleros y piratas fueron condenados por Roma a morir en la cruz.

Atendiendo al profundo significado de la muerte de Cristo en la Cruz, tanto los teóricos del arte sagrado y los escultores, como la clientela religiosa y civil convirtieron muy pronto este tema en el episodio central de la imaginería procesional de la Semana Santa, que además se vio favorecido por la recomendación cursada a los artistas en el Concilio de Trullo, celebrado en Constantinopla el año 692, para que otorgasen a Jesús el aspecto humano, sustituyendo la imagen del “cordero simbólico”, que era como hasta entonces se le venía representando. A este avance iconográfico hay que sumar el logrado por el misticismo sentimental que, bajo la influencia de San Francisco de Asís, se desarrolla a partir del siglo XIII en las Meditaciones del Pseudo Buenaventura y en las Revelaciones de Brígida, la santa visionaria sueca. Ambos textos nos descubren un Cristo que conmueve al fiel ante la tragedia de los sufrimientos, y esta fórmula será la adoptada por la imaginería procesional jiennense, aunque dulcificada por el fuerte influjo clasicista que siempre caracterizó a la escultura andaluza. En sus imágenes tradicionales se enlazan estos elementos: la corona de espinas, los clavos, el sudario, la herida en el costado y la cruz.

En escultura, la tradición cristiana, la devoción popular y la creatividad del artista han ido ampliando el tema de la crucifixión, ya en los primeros momentos de la expansión del Cristianismo, desde representar a Cristo sujeto por Cuatro Clavos, hasta fijarlo en los tiempos góticos, solamente por tres; la posición de la cabeza, la apertura de las manos y, sobre todo, la posición de la cabeza, la apertura de las manos y, sobre todo, la posición del cuerpo –a veces dislocado, a veces sereno- y los pliegues del paño de pureza, han ido sufriendo transformaciones a través de los siglos.

Otro tanto ocurre con las personas que rodeaban a Jesús en el momento de su muerte, por lo general y hasta el Barroco sólo están la Virgen y San Juan, que en el Renacimiento y la primera época barroca se conciben en su mayor parte para coronar el retablo formando con el Crucificado un grupo al que se denomina Calvario. La segunda época barroca contempla una adición masiva a este trío, y así los escultores añaden las tres marías, los Santos Varones y con frecuencia el llamado Longinos a caballo. Basta con recordar el bellísimo retablo gótico flamenco de San Antonio el Real en Segovia.

Inadmisible sería enumerar los crucifijos artísticamente importantes que se conservan en España, desde que fueron labrados los ejemplares de Don Fernando y Doña Sancha, y el de la Maestá, como principio de los Cristos románicos, pasando por la lista interminable de tallas góticas de crucificados que se encuentran en numerosas ciudades castellanas, extremeñas y andaluzas, algunos en las regiones valencianas o catalanas.

Especial importancia dentro del renacimiento español tiene el crucificado del retablo de la Cartuja de Miraflores de Burgos, tallado por Gil de Siloé, o el tallado por Alonso de Berruguete, en el Museo de escultura de Valladolid y el Cristo de las Injurias, del baezano Gaspar de Becerra, en la Catedral de Zamora.

El arte del barroco, el crucificado tiene especial representación, dentro de las escuelas andaluzas y castellanas. Valiendo como ejemplos las obras de Gregorio Fernández, Cristo de la Luz de la Universidad de Valladolid, los Cristos del Perdón y Desamparados en la iglesia del Carmen del Madrid, ambas obras de Alonso de Mena; el Cristo de la Clemencia de la catedral hispalense obra de Martínez Montañés, el Cristo de la Misericordia de Granada obra de José de Mora, el Cristo “El Cachorro” en Sevilla de José Risueño, el Cristo de la Expiración tallado por José Medina en la parroquial de San Bartolomé de Jaén o el Cristo de la Expiración de San Pablo de Baeza, atribuido a Sebastián de Solís.

Empecemos ya a precisar con nuestro recorrido por nuestra ciudad de Úbeda, con los siguientes crucificados:

El crucificado más antiguo que conservamos es la talla gótica del Cristo de los Cuatro Clavos. Recibe culto en el altar mayor de la colegial de Santa María, aunque desde 1983, recibe culto en su antigua sede canónica, el templo de San Pedro. En el oratorio de San Juan de la Cruz, conservamos una copia exacta de la anterior y con la misma advocación.


Con el renacimiento vuelve la afición a los crucificados de marfil, perdida en época gótica, hasta la que conservó la importancia que había adquirido en los talleres monacales de la alta Edad Media. Los ejemplares que aún persisten en España suelen ser originales de Flandes o de Italia. El de la Capilla de El Salvador de Úbeda, muestra clara su procedencia italiana, es acaso más valioso como obra de artesanía, que de Arte.

Juan Luis Vassallo realizó el Cristo de la Expiración, para la cofradía del mismo nombre, en el año 1942. La imagen sustituye a un grupo procesional perdido en la guerra, formado por un Cristo Crucificado con larga cabellera postiza, la Virgen y San Juan Evangelista, conocido popularmente como “La Galera”. Este grupo escultórico atribuido a Pedro de Zayas y realizado en el siglo XVII, procedía de la Capilla del Deán Ortega de San Nicolás. El Cristo realizado por Vassallo es muy armónico en líneas, cualidad transmisible al modelado anatómico, resuelto con el juego de fuerzas y tensiones propio de tan terrible momento. La encarnación es brillante, destacando en ella las sangrantes heridas de pies, rodillas y manos y los fines regueros del rostro. La expresión se reserva para el rostro, donde Parodi concentra la agonía y la componente trágica de un trance cercano más angustioso que el momento final por llegar, Rictus amargo, boca entreabierta, ojos y cejas alzadas son muestras evidentes de recursos expresivos que enlazan a este imaginero con la vena barroca andaluza. La imagen recibe culto en la iglesia del Convento Trinitario de la Stma. Trinidad.

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte o Cristo del Sagrario, data de los inicios del año 1940; procede de talleres valencianos de imaginería, se palpa esta figura al gusto por los modelos barrocos del XVII, tan repetidos en los talleres peninsulares a lo largo del siglo XX. Destaca este crucificado, el amplio desarrollo del tórax muy remarcado y el ampuloso tratamiento del perizoma; atado con cuerda, describe como un paño de abundante vuelo. Titular de la hermandad de silencio del mismo nombre, pertenece a los padres carmelitas quien se lo cede cada año a la hermandad para poderlo procesionar en las noches del Jueves Santo, por las recónditas calles ubetenses. La imagen recibe culto en la iglesia de San Miguel (PP. Carmelitas).

En 1966, Francisco Palma Burgos realizaría la original y bellísima talla del Cristo de la Noche Oscura, perteneciente a la cofradía del mismo nombre. La imagen recibe culto en la Iglesia de María Auxiliadora (PP. Salesianos).

También cabe destacar los popularísimos Cristos de las hornacinas de las callejas ubetenses. Como el Cristo de la Salud, en la calle del Moral; el Cristo de la Buena, en la calle Cristo del Gallo; el Cristo de la Dulce Muerte, obra románica, en la calle Roque Rojas o el Señor de la Piedad, de la calle Horno de San Pablo, que hoy se guarda en dicha iglesia. O los numerables crucifijos de serie y algunos artísticos que guardan nuestros templos y conventos. Destacando el que guarda la capilla del cementerio municipal.

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