miércoles, 15 de mayo de 2019

FICHERO II.

Cristo de la Humildad.

Santísimo Cristo de la Humildad. Úbeda (Archivo fotográfico de Diego Godoy).

Por Amadeo Ruiz Olmos. Córdoba (1954). Iglesia de San Pablo. Úbeda (Jaén).

La imagen realizada por Ruiz Olmos en madera de ciprés y a tamaño natural, representa a Cristo en el Pretorio, en el momento en que Pilatos lo muestra al pueblo coronado de espinas, atado y portando el cetro. El artista valenciano concentra la fuerza de la efigie principalmente en su cabeza, en la que se rinde un gran homenaje al pasado más clásico en lo que imaginería se refiere. Con una cabellera repartida en madeja que caen sobre los hombros en gruesas greñas de manera barroca, dejando entrever las orejas, con una señalada barba terminada en punta partida como es tradicional en nuestra escuela andaluza, que resalta el mentón, alargando con ésta el óvalo de la cara. En su rostro hay un cierto ensimismamiento que habla de un incipiente alejamiento del personaje, expresando en la mirada baja, perdida, en la que nos descubre un cierto aire reflexivo en el que Cristo se sumerge por los tormentos recibidos. De facciones correctas con un cierto aire idealizado, pues el tormento en su rostro se muestra no con un dolor exagerado, sino contenido y sereno, deducido más bien a partir de los regueros de sangre, pues este se desprende de una gran serenidad que apenas deja entrever el dolor del sufrimiento, y sí una gran resignación y un marcado aire sosegado, cándido, aludiendo al pasaje evangélico de los Salmos: “como un cordero llevado al matadero, no abrió la boca”. Con una cierta blancura a la hora de acometer la anatomía en la que se suaviza considerablemente las formas. Y con una escueta precisión a la hora de disponer el paño de pureza que cubre su cintura, alejándose de formas disimuladas y recargadas. Destacar además el trabajo de las manos, revelándolas portentosas, reflejándonos el dolor de los momentos vividos por la Flagelación y el Escarnio, con una cierta tensión reflejada en la hinchazón de las venas y tendones. Lo mismo se puede decir de los pies. Garboso y con un cierto aire mayestático, aunque en postura de reposo, desequilibrada la cadera para apoyar el peso del cuerpo en la pierna derecha, dejando la izquierda relajada, algo que nos viene de la más vieja tradición clásica y que resuelve de esta manera, con un cierto aire de movimiento, en esta postura de marcada quietud y que de no ser así, produciría por tanto una exagerada rigidez. La imagen se completa con la clámide púrpura de tela natural, corona de espinas y cetro de caña desigual textura, algo que, perviviendo de tradición barroca, nos introduce en el gusto por los postizos y alimentos naturales, con los que se consigue dar así más realismo a las esculturas. Como compendio sintético de esta imagen podemos resumirlo en Ecce Homo, he aquí al hombre maniatado y encarnecido.(28).

(28) AA. VV. (1992). Pág. 266.

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