jueves, 9 de mayo de 2019

HISTORIA DE LAS COFRADÍAS.

Todos sabemos que un desfile procesional de forma ritual, es un factor que posibilita la salida de una escultura u objeto de carácter religioso a la calle y su desenvolvimiento entre el elemento humano, formando parte momentáneamente del ámbito urbano o rural, no es exclusiva del Cristianismo ni de la Semana Santa. Ejemplos de esta manifestación festiva se encuentran en las grandes religiones. Los textos bíblicos narran procesiones o desfiles que contenían un objeto devocional; quizás el caso más atrayente y conocido sea la partida del arca de la Alianza durante el reino del rey David. En este desfile se detecta ya la inclusión de elementos activos como son los acompañantes del Arca, y de los que el rey David sería el ejemplo más representativo, con su célebre danza.

La cofradía constituye la célula asociativa básica para cubrir necesidades a la vez materiales y espirituales. Diferente del gremio pero muy relacionado con él, la cofradía atiende a sus asociados sobre todo en la pobreza, la enfermedad y la muerte. Los cofrades asisten a sus propios hermanos, pero extienden la acción caritativa a otras capas de la sociedad. Veneraban a determinadas imágenes, en especial la del titular de la cofradía. De esta manera cofradía e imagen caminan inseparablemente. El día de la festividad de la cofradía, se celebraba procesión pública, saliendo las imágenes a la calle. La procesión era una muestra de culto exterior.

Pero las cofradías denominadas de penitencia han potenciado el arte procesional y por eso las consideraciones en torno al arte que vamos a hacer se refieren a ellas.

Desde el siglo XIII se puso en marcha en Italia un movimiento espiritual, que basaba en la penitencia su raíz de ser. Penitencia y caridad pública iban unidas. Eran cofradías que ya se llamaban de disciplinantes, por el uso de la mortificación en privado y en publico, muy especialmente en la procesión. Esa mortificación llegaba a lo cruento, con derramamiento de sangre, por afán de emular la Pasión de Cristo, modelo del cofrade. La cruz es, no un símbolo, sino una realidad. Se generaliza el ejercicio del Vía Crucis, lo que requería una reliquia del lignum crucis para la cofradía. Las cofradías de la Vera Cruz popularizaron por Europa el culto a la santa reliquia. No pocas cofradías españolas que gozan de pasos famosos son precisamente de la Vera Cruz.

El Concilio de Trento (1545 – 1564) potenció el movimiento de las cofradías y muy señaladamente de las de penitencia. La imitación de Cristo pasa por la mortificación. Ayunos, vigilias y disciplinas constituyen ejercicio del cristianismo renovado. La militancia dentro de una cofradía acerca al cumplimiento de estas exigencias. Recibirán los hermanos los nombres de cofrade de disciplina o de sangre, ya que el rigor con que se aplicaba el sacrificio abocaba a la producción de heridas. La proporción del amor a Cristo entraba en relación con lo que pudiera sufrir el penitente.

Sería cercenar la finalidad de estas cofradías limitarse a considerar los actos penitenciales. Había algo mucho más humano y positivo. Las cofradías mantenían hospital propio; debían sostenerlo con sus medios, cuidarlo y prestar ayuda personalmente a los acogidos. Sin olvidar que todo hospital era al mismo tiempo una casa de beneficencia, lugar donde se recogían los pobres. Y cuando llegaba el fin, asistían a sus hermanos en el trance, velaban el cadáver y celebraban el entierro en hermandad.

Pero Cristo era, sobre todo, el modelo en los momentos de agobio, en su Pasión. Las cofradías penitenciales eran de la Pasión de Cristo. La terrible historia de su final constituye el repertorio temático para la cofradía de penitencia. La Semana Santa era y es el marco en que tenían que concentrarse la piedad y la capacidad de sufrimiento de los hermanos. Esta semana tenía y tiene dos escenarios: el templo y la calle. En el templo se escenifica una liturgia de larga duración, en oración, predicación, vigilia y alumbrado. Los templos se convertían y convierten en verdaderos museos de las preseas de las cofradías. La procesión, ofrecía y ofrece en la calle la muchedumbre de los asociados, encerrados en sus túnicas, y en los claros que dejaban y dejan los penitentes se situaban los pasos, que constituyen los episodios de la Pasión de Cristo en Jerusalén, pues tal cosa es lo que venía a ser una procesión de Semana Santa: alabar la Pasión como si ocurriera en aquel preciso momento.

Cada cofradía organiza sus procesiones y dispone de pasos propios. Escogen itinerarios más adecuados a la finalidad. Las procesiones se celebran de día y de noche, pero en todo caso lucen los hachones de los penitentes. Las cofradías portaban insignias acreditativas, como banderas y estandartes. Se instalaban en el cortejo cofrades que hacen sonar trompetas que emiten sones fúnebres, mientras el tambor resuena lejano y grave.

La muchedumbre de fieles abarrotaba las calles, participando con sus lloros y clamores; increpando a los sayones, protestando de tanta ruindad. La procesión integra a penitentes y fieles. Pero, llegado el siglo XVII, no faltan ya los turistas. Se sabe la fama de estas procesiones, adornadas con hermosas esculturas, como un espectáculo conmovedor. Es curioso que el relato más penetrante, corresponda a un viajero portugués, Pinheiro da Veiga, testigo en 1605 de la Semana Santa de Valladolid.

Según Montes Bardo: Las procesiones de la Semana Santa fueron una respuesta a la interrogante que plantearon durante la Edad Media los pensadores cristianos: ¿por qué celebramos nuestros cultos en lugares cerrados, las iglesias, y no al aire libre, por calles y plazas y en los espacios abiertos; si la liturgia católica no es otra cosa que el memorial de la Pasión que aconteció fuera de los muros de Jerusalén?(1)

Sabemos que las cofradías empiezan a perder sus señas de identidad a partir del siglo XVIII. Su decadencia comienza por alejarlas de sus postulados fundacionales que eran la penitencia y la ayuda benéfica asistencial. A partir de este siglo se va viendo su inclinación progresiva a quedar como meras instituciones culturales de las que se van alejando progresivamente la gente. Se oprime los asociados y las cofradías empiezan a mal vivir hasta que el rey Carlos III en 1777 prohibió los empalados, los disciplinantes, en definitiva los hermanos de sangre, hasta llegar al 25 de junio de 1783 que con una ley reprime a las cofradías gremiales y todas aquellas que no tuvieran la aprobación civil o eclesiástica.

Con la ley de Mendizábal se terminan por arruinar, en el siglo XIX, a las cofradías y hermandades, pues sus principales benefactores como eran las órdenes religiosas también se ven decisivamente reducidas.



Nuestra Señora de la Amargura preparada para ser; escondida ante el temor de un atentado. Sevilla, julio de 1936. (Foto Pelayo Más. Barcelona).

Este proceso se increpa a finales del siglo XIX y principios del XX. Desde entonces la cofradía se ha visto sacudida por la incertidumbre política y española y su existir ha sido un continuo vaivén, dependiendo de los altibajos de la sociedad. Sí podemos afirmar que al finalizar la última Guerra Civil hay una gran expansión hasta mediados de siglo pues se había perdido mucho patrimonio. Con el Concilio Vaticano II las cosas se serenan, e incluso, se entra en un nuevo declive que es remontado en el último tercio del siglo anterior con un fuerte empuje social, que hacen resurgir a las que estaban debilitadas y crearse otras nuevas.

Hoy en día, en la actual sociedad materialista, se demanda una nueva espiritualidad, con exigencias muy fuertes y las cofradías, como tantas instituciones religiosas, tratan de darle respuesta de la mejor forma posible. Con el paso del tiempo, se verán buenos resultados o se derivará hacia un folclor turístico nacional más o menos aderezado con algo de religiosidad.

No solamente, tienen que cambiar estas instituciones si no la propia iglesia católica. Con esto bajo mi opinión, quiero decir que el cristianismo está amenazado de muerte lenta por el formalismo, el exceso de organización, el intelectualismo y otras tendencias no espirituales. El llamado cristianismo se ha convertido en un movimiento social, folklórico, pagano y cultural, así como en una creencia y una práctica religiosa.

Es una cruda realidad, somos más jóvenes, lo que pasamos cada vez más de la iglesia, claro ejemplo, son la falta de vocaciones a sacerdotes, cada vez hay más gente mayor en los templos, etc. Si la iglesia cristiana se atreviera tan sólo abrazar y en poner en práctica el programa del Maestro, miles de jóvenes, aparentemente indiferentes se arrojarían para alistarse en esta empresa espiritual…

















1 Joaquín Montes Bardo. <Arte y discurso simbólico en Úbeda y Baeza>. Pág. 80.

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